miércoles, 19 de enero de 2011

Aviso clasificado - gatoconbotas

Caminaba yo por aquella banquina polvorienta, una ruta muerta, solo camiones, camiones cargados con cereal, y cada uno que pasaba volvía a elevar el polvo rojizo hacia el cielo y por las rendijas que dejaban las barandas de madera rodaban picando los planetas, la soja, un universo cargado de sol y calor que quebraba la tierra, el campo a ambos lados tenía sed; maldije una y mil veces a la polvareda, me ensuciaba los zapatos que había lustrado esa mañana; hurgué en mis bolsillos y lo encontré, un pequeño recorte marcado con birome azul, la dirección era esta, y pensé: “esto es el medio de la nada”, podía ver en el horizonte el verde unirse con el celeste límpido y la monotonía del cuadro se rompía con una casona lejana. Hacía meses que no conseguía trabajo y ésta me dije “es la última oportunidad”, el bolsillo andaba flaco y el colectivo me había dejado en el pueblo a unos kilómetros de la dirección especificada, ya no había para taxi ni gaseosa, solo rogaba tener una buena entrevista. Caminé con más ímpetu, la ansiedad me brotaba por los poros y cada vez, con cada paso, la casona empezó a dibujarse más amplia y más derruida. Llegué a una entrada, un camino ancho, rodeado de eucaliptos enormes a ambos lados como gigantes centenarios custodiando vaya a saber uno que cosa, me detuve, revisé la dirección, debía ser ésta, no había nada alrededor y por lo que había caminado supuse que ese era el kilometraje correcto; me dirigí hacia la casona que ya había tomado forma de gran mansión y a pesar de estar bastante deteriorada aún conservaba la grandeza con la que había sido construida. Me fui acercando y noté mientras caminaba que el polvo del camino estaba tan seco como el de la banquina, se elevaba y maldije una vez más, me agaché a sacudirme un poco los zapatos y noté que debajo del polvo yacían pequeñas formas negras, suaves y resecas, tomé uno y me dije “son pétalos, viejos pétalos ya secos”. Miré alrededor y aún estaban inmóviles los gigantescos eucaliptos, más allá el campo y al frente la casona rodeada de ya secos rosales. Subí una pequeña escalinata adornada con dos bellos macetones, una gran puerta de roble me esperaba, excelentemente trabajada, a un lado un modernísimo portero eléctrico con visor, pulsé un botoncito que parpadeaba en un verde brillante y una voz metálica se escapó por las ranuras del tan metálico acero inoxidable “Agro Ciencia sociedad anónima, espere un momento que será atendido a la brevedad”, al instante otra voz, femenina, ésta más personal y mucho más dulce “adelante Sr. bienvenido a Agro Ciencia sociedad anónima”. Empujé la puerta al escuchar el zumbido de la cerradura eléctrica mirándome los zapatos sucios maldiciendo y a la vez rogando que todo me vaya bien, apenas transpuse el umbral quedé maravillado y sorprendido de tan bella arquitectura, si bien el lugar estaba muy abandonado podía apreciar el piso de mármol, una bellísima escalera en caoba, las ventanas en roble con sus vidrios de cristal biselado, cortinas de pana, en el hall central colgada de una gruesa cadena una finísima lámpara de bronce con apliques que seguramente serían de oro a la hoja, caireles de cristal de roca y tulipas opalinas, pero todo estaba lúgubre, ese característico olor a encierro, a humedad, me dije “¿falta de mantenimiento tal vez?, esta casona necesita una buena aireada, pintura y luces. ¿Cómo podían haberla dejado decaer tanto? A un costado del hall, un escritorio con una lámpara de esas con tulipa verde me hizo recordar a las típicas películas americanas de abogados, detrás se incorporaba para recibirme una mujer muy joven, muy bella, vestida de secretaria con su camisa blanca, chaqueta y pollerita corta azul, cabello rubio, espléndida:
_ Pase Sr. tome asiento, ¿en que puedo ayudarlo?
_Vine por el aviso clasificado, hablamos por teléfono.
_De acuerdo, permítame verificarlo en la computadora, ¿su nombre y apellido?
Esa voz, esa mirada, yo hablaba como un autómata, en mi mente rodaban nuestros cuerpos desnudos en la arena, el ruido de las olas de un mar azul profundo, el brillo del sol, la fantasía…miraba a la secretaria y podía ver sus pechos perfectos, suponía sus pezones erectos, metí mi mano en el bolsillo para sacar el documento de identidad y rocé aquel pétalo negro reseco, lo así suavemente entre mis dedos, lo levanté hasta la altura de los ojos y le dije a la secretaria: ¿Qué hermoso debe haber sido este lugar?, nos miramos un momento, cerró la tapita de la notebook y la corrió a un lado, pude ver la excitación en esos profundos ojos azules, imaginaba sus latidos y sentía los míos, nos levantamos, la tomé por encima del escritorio, casi saltando, sus piernas, sus bellas piernas, torneadas como la baranda de caoba de la escalera pero tan suaves, tan blancas, impecables, con un pie volcó la lámpara de tulipa verde quedando como testigo de la furiosa atracción de nuestros cuerpos, fueron instantes, su chaqueta, su camisa blanca, mis zapatos sucios de tierra, ya no maldecía…la ropa fue quedando sobre el piso, su ropa interior de encaje negro, tan negro como el pétalo reseco, y el rubio de sus cabellos, como el trigal, un contraste digno de una obra de arte. Hicimos el amor, así casi en silencio, solo suspiros, esos gritos ahogados que hablan de éxtasis, y en el último gemido de ella la luz, el cambio, una metamorfosis, la casa empezó a tomar el esplendor que había tenido, sus pisos de mármol cobraron brillo, las maderas lustradas, el dorado de la lámpara, la luz se reflejaba en el cristal de roca dando todo el espectro de colores, el sol entraba fuerte por las ventanas y pude ver los rosales florecidos, llenos de rosas negras…rosas negras, como el pétalo reseco…”rosas negras” me dije, el símbolo del amor eterno y genuino, miré a los ojos azules y vi como estos se iban desintegrando, poco a poco el cuerpo perfecto, blanco, suave, se fue haciendo polvo. Me descubrí solo, vestido, con mis zapatos sucios, en la pequeña escalera del portal que daba a la vieja casona, el pequeño recorte de diario en una mano, en la otra el reseco pétalo negro, decidí salir lo antes posible de ese lugar. Me di vuelta y corrí, a mis lados los gigantescos eucaliptos montaban su guardia eterna, el piso seguía siendo polvoriento y debajo el manto oscuro de pétalos de rosas negras resecas.

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