domingo, 6 de febrero de 2011

Maldición gitana - gatoconbotas

Hace tiempo de esto, han pasado varios años, pero os aseguro que lo que aquí voy a contarles ha pasado en realidad.
Fue para noviembre, hacía tres días completos que llovía, lo recuerdo bien porque en Rosario estaban preparando la fiesta de las colectividades y todos los años cuando se aproxima dicha fecha llueve y llueve, como si fuese una maldición gitana, yo normalmente no creía en esas cosas hasta que una tarde conocí a una bellísima mujer que decía ser húngara; iba ella acompañada por tres mujeres bien entradas en kilos y una de ellas en años también, con sus típicos atuendos de seda, polleras largas hasta el suelo y blusas, el pelo recogido y pañuelo de colores, un solo aro, y la mas vieja fumando vaya a saber que cosa, en cierta forma parecían una feria de barriletes multicolor, yo para esa fecha ya no era un jovencito, orillaba los 36, 35 y medio diría mi madre, hay dos cosas que los gitanos me hacen recordar, una las ferias de barriletes en el parque Scalabrini Ortiz y la otra, el temor inculcado por mi madre y mi tía sobre que los gitanos robaban niños, aún a mis casi 36 tenía ese miedo latente de enfrentarme con esta gente. Claro hasta ese momento yo me refería a ellos como “gente” en esa forma despectiva que llevamos casi todos los rosarinos en nuestros genes, pero eso era antes de conocer a esta hermosa gitana llamada Sofía. Aquella tarde estaba yo acompañado por un amigo, Lupín, así le decíamos, son esa clase de amigos con cara de opa, con bigotitos, pero que de opa no tienen nada más que la pinta, en realidad era un ex compañero de trabajo, nos encontramos de casualidad y nos quedamos refugiados de la lluvia bajo un toldo de un negocio, no va esa maldita casualidad o será que existe en realidad el destino que “los barriletes” se nos acoplan en el ya pequeño refugio. Imagínense ustedes Lupín, yo y mi terror a los gitanos bajo un pequeño toldo y más allá la cascada incontenible de agua que caía del cielo como si fuese el fin del mundo. Las tres mujeres mayores, incluyendo la del toscanito, la más vieja, enseguida nos rodearon asegurándonos que podían predecirnos la suerte, Sofía se quedaba un poco más al margen de todo esto mirándome fijamente con esos tremendos ojos oscuros como dos escarabajos en celo (¿conocen a los escarabajos cuando están en celo?, bueno son más negros que lo normal), ahí fue cuando me di cuenta que mi amigo, Lupín, no solo parecía opa, sino que en un repentino ataque de sinceridad había decidido ser opa en ese momento y se puso a discutir con las tres mujeres sobre la veracidad de los poderes que éstas poseían. En ese instante se me aproximó Sofía y me dijo:
_Guapo, ¿quieres que te adivine la suerte?
Como negarme yo ante semejante belleza, como controlar ese miedo inculcado durante 35 años y medio, creo que ni siquiera musité una frase, solo estiré mi mano ofreciéndole la palma al desnudo como quien le entrega la billetera a un ladrón que lo está apuntando con un arma.
_Tendrás una larga vida, tu camino se abrirá en dos, tus amores ya no serán más que problemas sin solución y encontrarás la solución a tus problemas revolviendo en tus miedos más profundos.
Yo estaba petrificado, la gitana me sonrió dejando ver en su sonrisa un diente de oro. _ Me llamo Sofía y vos guapo?
No alcancé a decir palabra alguna cuando en ese mismo momento una de las mujeres extrae de entre las sedas a modo de blusa uno de sus pechos y apretando con sus dedos cerca del pezón le tira un chorro de leche materna a mi amigo Lupín en la cara. Entre azorados, asustados y con bronca nos fuimos casi corriendo bajo la lluvia mientras Lupín se secaba el chorro de leche a modo de escupitajo que le habían echado. Pasaron solo algunos meses y mis problemas matrimoniales se fueron incrementando hasta que decidimos con mi pareja separarnos definitivamente, agoviado ante esta situación lo llamo a mi amigo y compañero de trabajo, Lupín, para ir a tomar algo y me llevo la sorpresa del siglo cuando me dice que acababan de fallecer sus abuelos en un accidente. Fueron meses de incontenible angustia la mía ya que todo parecía salirme mal, perdí mi pareja, mi trabajo, tuve que mudarme a un departamentito pequeño y empecé a deber las espensas, mi automóvil se iba descomponiendo una y otra vez, cosa que no había ocurrido en los últimos 4 años, fecha en que lo había comprado, maldije una y mil veces haberme levantado ese día de lluvia torrencial de noviembre, maldije a las 4 gitanas y mi temor se fue convirtiendo en profundo odio hacia toda esa raza de “gente”, todos debían ser iguales de malos, así me habían criado y este caso en particular me lo demostraba.
Harto de la desdicha y tanta mala suerte me subí a mi taunus 80, rogando que arrancara, maldije a todo el mundo, a cada persona que se me cruzaba, a los ciclistas que se empecinaban con dirigir sus bicicletas hacia mi vehículo, a los taxistas, a los colectiveros…y me dirigí hacia la ruta, camino a Luján, estaba decidido a terminar con esto. El viaje resultó en cierta forma tranquilo, iba yo tomando mates lo cual hablaba de mi habilidad para manejar, tener el mate con una mano y cebar con el termo en la otra, todo hasta que en un pequeño bache se me volcó el mate caliente entre las piernas. Finalmente llegué a la basílica y estacionar el auto, bajarme y caminar hicieron que me sintiera bien, me sentía realmente bien, podía palparlo, la suerte cambiaría esa misma tarde.
Cerca de la basílica se había formado una especie de feria de vendedores de artículos religiosos, pequeños puestos armados con caños y tolditos y mesas ligeras a modo de mostradores donde se ofrecían todos los artículos religiosos imaginables y por imaginar, supuse que comprar algo a modo de amuleto me haría bien aunque mi religión hablaba de derrumbar los ídolos y todo eso, me llamó poderosamente la atención uno de esos puestos callejeros ya que ofrecía incienzo, almizcle, benjui, mirra, velas aromáticas y algunos líquidos y vasijitas para calentarlos a vela, detrás del mostrador una morocha infartante, con pantalón de jean gastados y una remerita negra dejaba a la imaginación un cuerpo rozando la perfección, dos ojos terriblemente negros culminaban con esta escultura digna de una tapa de revista o de esos almanaques que cuelgan en los talleres mecánicos. Me acerqué y la mujer me sonrió dejando al descubierto un diente de oro…_ ¡Sofía!
La tomé de un brazo y hubiese querido que su cuello fuese un termo para apretarlo hasta ver salir agua caliente por esos dos terribles escarabajos negros.
_¿Sabes cuanta desdicha me han dado tus maldiciones, gitana de mierda?
_Discúlpeme Sr. Yo no soy gitana, nací en lugano y como usted verá solo vendo “humos”.
Desde aquel día al pié de la basílica de Luján comprendí que el destino no existe, que está en cada uno tomar las decisiones que nos harán más o menos feliz, esa misma tarde salí con Sofía a tomar una cerveza en un barcito y nunca más nos separamos, tenemos un negocio mejor instalado, yo fabrico artesanías, mates, bombillas, cinturones y otras cositas en madera y me va bien. Tenemos dos hijos y todas las noches me duermo abrazado a ese cuerpo bendito al calor de la mirada de esos escarabajos negros. Sofía…Sofía sigue vendiendo “humos”(¿será que el destino en realidad si existe?)

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