Julio
del 73, me asomo por la vieja puerta de la cocina, está lloviendo pero
me doy cuenta que no es una lluvia más, está cayendo hielo, pequeños
trozos, como viruta helada, salgo a la escalera y subo los cuatro
escalones que me separan de la terracita, el hielo se ha ido
acumulando, sigo por la escalera de hierro, despacio, la bota de yeso
se resbala y se me quiebra a la altura de la canilla, en la terraza
grande el hielo se hace nieve: ¡está nevando!...
Ya
no es fácil encontrar las calles adoquinadas, aquellas eran un tesoro
de la época de vaya a saber cuando, la plaza de las Américas y el ombú
gigante en la esquina perfecto para hacer una casa en sus ramas más
gruesas, en el hall de casa quedó un partido por terminar, mi
Independiente de Avellaneda está a punto de coronarse campeón del
torneo metropolitano de la SAB, el fútbol de botones llevado al máximo
esplendor, solo puedo dejar un partido por la mitad para ir a fumar a
la vieja canchita detrás de Minetti, hacia allá marchamos, cruzamos las
vías, bordeamos el viejo galpón amarillo devenido en depósito de azúcar
y harina, el ombú algo más pequeño que el de “las américas”, damos la
vuelta y nos metemos en el pequeño montecito de cañas y cafetos
salvajes, enciendo un clifton y se lo paso a Fernando, enciendo otro y
nos sentamos a mirar los trenes, poco falta para que pase El Rosarino,
destino “retiro”, Fernando no sabe que allá morirá su hermano y yo
tampoco se que “el negro” morirá muy joven aquí en Rosario, los
recuerdo a ambos, Rubén de trajecito gris y al Dany con su tradicional
gesto de tenerla clara.
La
hermana del mono, ¿como no la trajimos aquí?, aprieto lo que queda del
clifton contra la tierra, no vaya a ser que incendiemos un silo,
recorremos un poco el monte y bajo unos yuyos encuentro unas tablas,
nosotros sabíamos barrer los vagones de carga y recoger el maíz para
las palomas y gallinas, como a veces juntábamos demasiado decidimos un
día hacer un pozo en la tierra y guardarlos allí para ir a buscarlo más
tarde o al otro día, pero estas tablas eran otra cosa, estaban
demasiado bien puestas y bien ocultas, enseguida sacamos algunas y
quedaron expuestos muchos paquetes de fideos, latas de conserva y entre
la comida unas pequeñas latitas, “detonadores”, como un yoyo con dos
solapitas metálicas, supongo que se ponen en la vía, en las curvas o
para los días de niebla para avisarle al maquinista que “algo pasa”,
(otros les encontrarán un destino más siniestro). Y realmente algo
pasa, existen dos mundos: el de adentro y el de afuera, mi vida
trascurre entre partido y partido mientras afuera se matan los azules y
colorados (todavía)…
El
viejo fleetmaster parecía habernos reunidos a todos, era tan largo el
cascarudo que cabía como telón de fondo, los copos de nieve lo
adornaban como si fuera navidad en nueva York del 47, la Titi, la Ali,
el Dany, Paco, el Pepe, el Rauli, el Istí, el Leonardo, yo con mi yeso
quebrado…Me pregunto: _¿sabrán lo que está pasando en el país?
El flaco Marquez vive en Brasil, se fue hace mucho tiempo, me dice Fernando que le mataron un hijo, hace años que no lo veo…
El
flaco vivía a media cuadra del bar “La estrella”, sobre Urquiza en un
pasillo, el viejo que le alquilaba a la madre vivía delante y ellos en
el departamento que le seguía, la música estaba fuerte como todos los
días, el viejo ya le había advertido demasiadas veces que bajara la
música, esa tarde salía el flaco con un amigo y el viejo estaba parado
en la puerta, ya lo había medido, le dijo de la música y el flaco lo
mandó al carajo, el viejo maldiciendo entre dientes sacó una cuchilla
que ya tenía empuñada y escondida a su espalda y lo ensartó en medio
del estómago, el flaco se tapó la herida con la mano y corrió hasta una
mesita del bar donde se dejó caer, lo llevaron algunos amigos y
parroquianos hasta el hospital Centenario (a unas cuadras nomás) donde
lo operaron, lo cosieron y zafó de milagro. Hizo bien en irse a vivir a
Brasil, en aquella época éramos todos un poco izquierdistas, mucho ERP,
mucho Montoneros, cualquier perejil se la daba de cojudo sin saber bien
cual era el objetivo que éstos perseguían, 3 años atrás la agrupación
Montoneros había secuestrado y asesinado al Gral. Aramburu logrando dos
cosas: primero darse a conocer como agrupación revolucionaria y segundo
terminar de desgastar el gobierno de facto del Gral. Onganía.
Septiembre
del 73: Instituto Politécnico, todo el alumnado está en la calle, han
matado a Salvador Allende, la consigna es “Yankee go home” y “Viva
Chile carajo”, no habrá clases y de boca en boca corre el rumor que la
CIA está detrás de todo esto, yo pienso _¿cuanto falta para que nos
toque a nosotros?.
Vamos
todos al salón de actos, la UES o vaya a saber quien organizó un acto
con olor a mitín a las apuradas, el murmullo es ensordecedor y los
aviocintos de papel vuelan por todo el auditorio, sobre el escenario
intentan explicar lo que luego ocurrirá con una visión
extraordinariamente futurista y real: EEUU terminará sometiendo a toda
Latinoamérica, sus lacayos, los presidentes de facto, comenzarán una
nueva cadena de endeudamiento que durará más de 25 años, muchos de
estos chicos jóvenes e idealistas perderán seguramente la vida a manos
de algún bruto vestido de verde en una de las tantas noches de los
lápices y los siguientes, los del 62 en Malvinas, sobre el escenario se
pelean por “disertar” empiezan los golpes de puño, se notan los bultos
de los cuerpos en pugna en el telón bordó, un cortinado hermoso de
pana, el cabezón toma un taburete y empieza a golpear a diestra y
siniestra a aquellos bultos humanos, no le importa si son de uno u otro
bando, esto es una postal de lo que seguirá en el país.
1978,
año del mundial de fútbol, el suboficial mayor retirado me informa que
tengo que salir con un civil a hacer un “trabajo encomendado”, me reúno
en la oficina que está por la entrada de calle Moreno, un joven algo
gordito vestido de civil y con una pistola 1125 en la cintura me dice
que tenemos que ir a Funes a reparar un chalet que había sido casino de
oficiales, subimos a la citroneta color anaranjada del gordito y vamos
a casa a buscar algunas herramientas, en el camino me dice que el
chalet estaba alquilado y había que devolverlo y los soldados que
hacían guardia allí lo habían deteriorado bastante, con nosotros
también va un plomero, un personal civil que trabajaba en el comando
del segundo cuerpo de ejército, llegamos a Funes, el parque es
extraordinario y el chalet no lo es menos, entramos a un buen salón
totalmente vacío excepto por dos cosas, una linda araña que cuelga del
techo y un piano debajo de la misma (esa imagen me hará recordar tiempo
después la película “el imperio del sol”), seguimos recorriendo, vamos
al baño y el plomero empieza a reparar un calefón y algunos caños que
pierden agua, yo me dedico a revisar la instalación eléctrica, faltan
dos fases, el motor de la bomba de la pileta de natación está quemado,
sigo reparando algunas cosas simples como un corto en la araña como
para dar tensión, el trabajo demandará semanas, se lo informo al
gordito, vamos a la casa de los caseros que está en el fondo, son dos
habitaciones, no hay puerta y las dos ventanas están tapialadas con
maderas, pareciera abandonada o destruida pero no desde hace mucho
tiempo, no hay siquiera puerta entre las dos habitaciones, no hay cajas
de luz ni cañerías ni cables, todo había sido arrancado, _Ufff esto
está destruído, ¿qué es esto?, digo en mi pensamiento, miro las paredes
y el techo y leo palabras escritas con el humo de alguna vela o con un
carboncito o con un lápiz, hay cuatro palitos cruzados con un quinto
(como la anotación en el truco), muchos grupos de palitos, hay nombres,
poesías para hijos y esposas, hay olor a cárcel clandestina, me doy
vuelta y le digo al gordito _yo soy soldado y mañana vuelvo a la vida
civil, vos no se…”Bueno vamos” me dice y nunca más volvimos.
Tía
Regina vivía en la calle Salta entre Richieri y Suipacha, no se
realmente cuando íbamos a visitarla, tengo recuerdos de esa vieja casa
chorizo con todos sus ocupantes y luego con ella sola.
El
cielo se oscurece, poco a poco la tarde se fue transformando en una
noche apresurada, aún no son las 18, las 6 como decimos nosotros, yo
pienso en mamá y su segura preocupación pero igual seguimos con la
barra por Urquiza hasta la avenida Francia (uff si parece que fuese
lejos y estamos solo a 4 cuadras de casa), la lluvia nos sorprende, un
diluvio y nosotros comiendo “coquitos” de las palmeras, volvemos
corriendo y nos hacemos “sopa”, el frío se mete en los huesos y yo
evoco a la tía María…
Recuerdo
que mamá siempre contaba que la tía María se había mojado cuando era
chica y volvió helada a su casa de la calle Salta, allí vivía Regina,
La Maruca, María y el Rudy y bueno supongo que sus padres…La tía se
arrimó al brasero y dicen que el calor les “secó” los tendones y quedó
jorobada.
Los
Montorfano tenían propiedades, toda la manzana, mi madre había
arreglado todo el baño con una parte mínima de una herencia que recibió
de algún primo fallecido. El ñato Musolino era primo del abuelo, un
famoso tratante de blancas de la época de Pichincha, mamá aún
conservaba un 32 largo smith and wesson que el ñato le había regalado
al abuelo cuando iban de caza al campo. Yo pienso que la palabra
herencia abarca mucho más de lo que sus letras dicen.
16
de mayo de 1969 se reúnen frente al comedor universitario un grueso
grupo de estudiantes haciendo estallar bombas de estruendo y tirando
volantes al canto de “acción, acción por la liberación”, se está
gestando poco a poco el “Rosariazo”, en las provincias ocurre otro
tanto, en Madrid hay reuniones secretas mientras en Rosario muere el
estudiante Adolfo Bello.
Pasan
los días y la violencia, yo ajeno voy como todos los días al club
Estudiantil, entro al salón y pateo una chapita de seven up, la chapita
va rozando el suelo casi planeando y se dirige como un misil hacia las
mesas donde los viejos juegan al tute cabrero, gancia y lupines
mediante, con tanta mala suerte que le pega a alguno en una pierna, el
hijo del bufetero me corre y me acorrala contra las sillas frente al
televisor en el rincón del salón, la pelea es totalmente injusta, me da
un cachetazo y yo agarro una silla para tirarle al gordo (hijo gordo
del gordo viejo bufetero) nos separan algunos que allí estaban, parece
que yo pago con mi mejilla una cagada de otro que había estado jugando
con chapitas sobre la mesa de billar. Recaliente me voy a casa busco el
smith and wesson del abuelo y voy a buscarlo al gordo al club, me quedo
en la puerta amenazante, nadie sabe que el revólver no tiene balas pero
yo me hago el guapo. Siempre fui alto y a pesar de mis 11 años
aparentaba ser algo más grande. A los 5 minutos aparece mi padre, me
pregunto que hace por acá si el trabaja en el negocio todo el día, me
dice _vamos que están quemando los troles en la calle Salta, yo ni me
había dado cuenta del humo, vamos por Iriondo hasta Salta y el
espectáculo es dantesco, no menos de 11 o 12 trolebuses quemándose,
cuando pasamos por la vereda hacia cafferatta estalla la rueda de uno
de los coches y retrocedemos, de la nada aparecen los jeep de la
policía, el cuartito azul…éramos todos vecinos curiosos pero la policía
ya en esa época como siempre actuaba mal y tarde y empezó a tirarnos
gases lacrimógenos, yo aún tenía el revolver en la cintura así que
corrí por Iriondo junto a mi padre y nos tiramos de cabeza en el hall
de una de las casas pegadas a la plaza de las Américas justo cuando una
granada de gas daba en una de las ramas de un paraiso y la quebraba, la
última imagen de la granada humeante y la rama rota se grabó en mi
mente, sentía el fierro en la cintura y me dije "están todos locos", a
la noche llegó mi hermano más grande con la espalda totalmente
amorotonada de los gomazos que le había propinado la policía, lo
corrieron a cañazos por toda la vía que va paralela a Vera Mujica,
safó, otros no tuvieron la misma suerte, el Dany no se como hizo pero
se trajo de recuerdo un volante de uno de los troles quemados, lo
colgamos en la pared junto a una escoba, una patente de un auto y los
posters de la revista "pinap".
1978
(uno de esos días): estoy de guardia en la esquina de Moreno y Córdoba,
soy tirador de MAG, no porque sea bueno tirando sino más bien porque es
el único puesto que no tiene techito, en la calle hay dos jeep de la
fuerza de tareas, de esos soldados o suboficiales que usan sombrerito y
ropa camuflada, van al frente, si hay quilombo ellos son los que salen,
de pronto una explosión y el fogonazo que sale por el techo de lona
despedazado del jeep, me agazapo, cargo la MAG, apunto a los techos y
edificios, toda la guardia, gritan, corren, cargan los FAL, se agachan,
“un despelote”, si hubiera sido un ataque yo creo que nos matan a
todos, solo tengo columnitas que me protegen, las mismas por donde
pasábamos el miembro viril para que una “bobita” que un soldado conocía
del batallón nos haga un simple favor. Recuerdo “la mejor defensa es el
fuego propio”, estoy dispuesto a despedazar al que se me cruce…salen
del jeep los de la fuerza de tarea parece que a uno que se quedó
dormido se le fue el dedo y apretó sin querer la cola del disparador de
la ITAKA, me digo: “así perdemos la guerra”.
1969,
Onganía crea un fondo para construir la primer fábrica nacional de
papel prensa, pasan algunos años e irregularidades hasta que el
ministro peronista Ber Gelbart fuerza la venta de la empresa a Graiver
quien había sido ministro de Lanusse y tenía vinculaciones también con
Gelbart. Siempre es difícil jugar a dos puntas, Graiver era el único
que podía sentarse a negociar con Montoneros y luego reunirse con
Videla, estas relaciones peligrosas sumado a los 17 millones de dólares
que jamás le devolvió a Montoneros le costaría la vida, o tal vez los
otros negocios turbios de lavado de dinero en Norteamérica lo
sentenciaran a un accidente muy bien planificado por la CIA, y digo
“bien” porque aquí en Argentina nos comemos cualquier verdura que nos
tiran del norte.
El
Ale era un buen amigo, eran dos hermanos, hace mucho que no los veo. En
aquellos días solía juntarme mucho con el Ale, el era bastante inmaduro
y maldito, todas las ideas morbosas venían de su mente que maquinaba
una y mil maldades, jugábamos al juego de la oca pero habíamos cambiado
todas las prendas y así si uno caía en el 13 era “cojidita” por toda la
banda, entonces el que tenía la desdicha de caer justo ahí “sonaba”, se
le tiraban todos encima y lo que menos te hacían era apretarte el pito
y te decían “decí 10 marcas de yerba”…y así sucesivamente, luego
salíamos a tocar culos y salir corriendo o pelearnos a piedrazas con la
banda del club San Lorenzo. Otras veces nos quedábamos escondidos en el
primer piso del club Estudiantil y cuando cerraban a la tarde a la hora
ya de la siesta nosotros nos quedábamos adentro entonces íbamos al
buffet y le comíamos los sándwiches o les robábamos las fichas del
metegol o de la máquina (los pinball de ahora), esa era mi venganza
contra el gordo hijo del viejo gordo bufetero que me había cacheteado.
También solíamos tener
disputas con la barra de la escuela 90, esta escuela estaba en Crespo y
Salta y la había construído un hermano de mi abuelo, era centenaria y
esa era zona de los Montorfano y a pesar de que yo venía en cierta
forma de esa familia yo me había criado en el club Estudiantil y
“defendía” sus colores, la lealtad ante todo…(cosa que luego Graiver no
comulgaría).
Por
los 70…estábamos con el Ale atrás de Minetti, habíamos estado cazando
pajaritos con la gomera y decidimos hacer finalmente una casa arriba
del tercer ombú, uno mediano que estaba cerca de los talleres
ferroviarios,[[[ tal vez debería contarles que todo esto ha cambiado
mucho, antes eran muchos ramales de vías, algunas canchitas de futbol,
una quinta que no se bien de quien era, algo de montecitos y una calle
de tierra y piedras aplastadas que iba desde Iriondo cruzando las vías
del Mitre hasta Avenida Alberdi, una pequeña recta donde estaba el ombú
más pequeño, un semicírculo donde estaba el otro mediano (el tercero,
el primero era el más grande de la plaza de las américas) que le daba
sombra a dos cocheras del ferrocarril donde guardaban sendas zorras,
luego una recta pronunciada que se perdía hasta la avenida. Toda esa
zona era utilizada para estacionamiento de vagones, reparación de los
mismos y o desguase de “carboneras” y vagones de esos de madera que
tanto me hacían recordar a Jim West.]]]
Empezamos
a recorrer una formación que estaba pegada a la canchita de futbol,
habíamos llevado un martillo y clavos y estábamos buscando maderas para
hacer la casa en el ombú, algunos vagones eran excelentes, tenían casi
todas las butacas con esa cuerina antigua de color verde y pequeños
ventiladores de techo, las paredes de madera barnizada y las
ventanillas con las celosías tipo guillotina de la misma madera que los
paneles interiores, llegamos hasta un coche del correo o esos que se
usaban como final de formación que era como una casita con dos
balcones, uno para cada lado y el piso de un material parecido a la
portland pintada de rojo, incluso tenía una suerte de fogón y en él
había aún madera ardiendo lo que suponía que alguien lo estaba
ocupando. Había una especie de colchón roto, ropa vieja y sucia tirada
en un rincón y una papa a medio comer sobre un plato de acero
inoxidable, a un costado del fogón una pava totalmente negra
carbonizada junto a un mate de lata color azul con yerba ya usada y
fría y bombilla. Nos sorprendió justo revisando sus cosas…
El
hombre no era viejo pero su aspecto de abandono era tal que el Ale y yo
nos pegamos un susto de aquellos, sin embargo el “croto” no transmitía,
al menos en su mirada, maldad alguna, por el contrario sus ojitos eran
pequeños y rojizos y su mirada se perdía mucho más allá de nuestras
figuras. Simplemente nos dijo “qué hacíamos allí”…En principio nuestro
encuentro fue algo inquietante ya que estábamos en tierra de nadie pero
evidentemente cada uno que concurría a “atrás de Minetti” tenía su
propio territorio y éste era el de él. Poco a poco pasamos de la
sorpresa y el susto a mantener una suerte de diálogo y fuimos
transformándonos en una especie de compañía o mas bien cada vez que
estábamos aburridos decidíamos ir a visitarlo y él muy amablemente nos
cebaba unos mates amargos, de vez en cuando le llevábamos en secreto un
paquete de yerba y cigarrillos ya que mi madre siempre me decía que no
anduviera con desconocidos. El “croto” era un linyera de 52 años de
edad pero aparentaba tener al menos 10 años más, sería realmente dura
su forma de vida o tal vez no tanto pero de todas maneras estaba
avejentado, nos convidaba a veces un vasito de vino tinto puro y
natural ya que por supuesto no había energía eléctrica ni heladera,
estábamos en un vagón abandonado, entonces empecé a llevarle una
hielera de telgopor con algunos hielos robados de la vieja “Ziam” de
mamá. Nunca supe de qué vivía, o sea no tenía ingreso alguno, tampoco
lo veía en el barrio pidiendo, él tenía buenos modales y cierta tarde
llevé una cajita de dunhill y nos pusimos a fumar entonces me contó que
era médico y tenía familia en Buenos Aires, esposa y dos hijos, un
varón y una mujer ya de más de 20 años, pero que cierta vez tuvo “un
problema” y decidió marchar sin rumbo fijo, así salió a caminar hasta
que no pudo más entonces se subió a un tren en Colegiales o alguna de
esas estaciones que son todas iguales y llegó hasta Rosario Norte, la
estación de trenes terminal de Rosario que estaba allí cerca, luego
otro vagabundo le dijo de este monte y se instaló definitivamente. Mi
padre era de poco hablar y siempre discutía con mamá, él prefería
callar así que no me daba muchos consejos por el contrario el “croto”
(como ya lo apodábamos definitivamente) si bien era de poco hablar y
muchas veces se perdía en sus propias disertaciones hasta quedarse en
silencio mirando fijo, lejos, el horizonte, nos contaba cosas de la
vida que luego nosotros las guardábamos como un texto sagrado en
nuestras jóvenes mentes. Esa misma tarde “charlamos” mucho de política,
de la época de Perón, entonces al croto se le iluminaron sus pequeños
ojitos y pude notar su tremenda emoción al rememorar ese tiempo ya
pasado, me habló del desarrollo industrial nacional, de la lucha contra
los terratenientes y los grandes monopolios, de las conquistas sociales
de los trabajadores lo que derivó en lo que llamó “justicia social”,
debieron pasar 30 años para que yo pueda asimilar estas palabras en
carne propia…
1º
de mayo de 1974, la plaza de mayo desbordaba de gente, el general Perón
les habla a la multitud: “Compañeros: hoy, hace veintiún años (se
refiere a 1953) que en este mismo balcón, y con un día luminoso como el
de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue
entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque
venían días difíciles...No me equivoqué, ni en la apreciación de los
días que venían, ni en la calidad de la organización sindical, que a
través de veinte años...pese a esos estúpidos que gritan...”. El
discurso es permanentemente interrumpido por los cánticos de los
Montoneros, entonces se produce la fractura entre el lider y la gente
que había luchado (hasta en forma armada) por su regreso, más bien esa
fractura la produce el mismo Perón que decide quedarse con la vieja
guardia de dirigentes sindicales conocida como la “burocracia sindical”
y una línea “Lopezreguista” antes que la juventud peronista
izquierdista y altamente revolucionaria que reclamaba participación e
incluso parte del poder de decisión. Los Montoneros se marchan de la
plaza y comienzan los primeros disturbios entre sindicalistas de
izquierda y el comité de organización (CdO) que los desplazan a
palazos, los Montoneros dejan un hueco de casi un 50 por ciento lo que
indicaría la pérdida de poder de un Perón ya viejo y agotado y
sumergiría al país en una ola de violencia inédita, una división que
aún hoy luego de 26 años, con la muerte de Perón, el golpe militar de
Videla y dos cuasi guerras no culmina.
Cristina
era una linda flaca del barrio, algo mayor que nosotros, a veces
suspendíamos un partido de botones para verla colgando la ropa en el
tendedero o tomando sol en la terraza de al lado, ella era vecina de mi
amigo de toda la vida, y durante todos esos años yo había “soñado” con
ella, como ser más “grande” y “alcanzarla” de alguna forma posible. La
última vez que la vi fue cerca de Servando Bayo, no recuerdo bien esa
canchita, tal vez sería la plaza detrás del Cementerio de los
disidentes, o fue cerca de Boulevard Seguí, el Rola hizo un desafío en
la zona oeste de Rosario y yo la vi sentada allí a un costadito, detrás
del arco, estaba con un hombre algo mayor que ella, de bigotes, íbamos
ganando 1 a 0 y al final nos cobraron un penal que no era y nos
empataron, el Ale como siempre se agarró a las piñas, como dije era
flaquito, rubión y de cachetes colorados, pero era ladino y no
arrugaba, jugaba de 9, cobramos todos o casi todos, el Rola gritaba
cuando nos íbamos “somos los ganadores morales” como si en el futbol
existiera el merecimiento…lo que vale es el resultado y a Cristina
finalmente la buscaban cuando le explotó una bomba en sus manos cuando
la armaban junto a su pareja y escapaban heridos por Rosario buscando
un médico que los ayudara. Hace unos años dicen que los padres
encontraron sus restos o de alguna forma se los devolvieron. Aún rezo
por ella.
Creo
que la lluvia siempre me fue fiel o tal vez el sonido del agua
golpeando y golpeando o tal vez el sonido como aquel ascensor subiendo
y bajando, el ruido del motor y el freno, las zapatas que pegan, que
liberan y de nuevo el zumbido. Llaves cerrando, pasos de botas y las
llaves siempre cerrando, bocas amordazadas y el llanto ahogado…
(((Aquella
noche me advirtieron que estaba por llegar el General entonces quedé
apostado en la puerta de calle Córdoba, los nervios se fueron tornando
en impaciencia y cansancio y a los 30 minutos llegó con su comitiva de
guardaespaldas y chofer, dos vehículos, desde el asesinato del General
Juan Carlos Sánchez así se había dispuesto, abrí la puerta levanté el
fusil según el procedimiento tantas veces practicado y en menos de dos
segundos lo tenía en la espalda tirando fuertemente de la correa hacia
adelante con la mano derecha y desde el pulgar, la mano izquierda
extendida paralela al piso hacia el hombro derechoo, el golpe de los
borceguíes al unirse en los talones y un “buenas noches Mi General”
salió inmediatamente con ímpetu y casi como un autómata expelido de mi
boca. El general estaba algo excedido de peso y tenía la cara colorada,
en realidad era de contextura algo robusta y se le notaba también el
exceso de consumo de whisky, yo lo sabía perfectamente porque a la
mañana bien temprano sacaba los medios_barrilles de basura y en el de
“operaciones” siempre venía una botella vacía de “criadores”. Me saludó
muy cordialmente, me preguntó si había comido bien y le contesté con un
“si Mi General” siempre manteniendo el ímpetu en la voz, me dijo “bien
soldado, dígale al cabo de cuarto que lo libere de la guardia y lo
envíe a dormir”, él sabía bien que yo trabajaba luego todo el día, yo
mismo había trabajado en la mudanza al “departamento del primer
comandante” y varias veces había instalado tomacorrientes en su
despacho, por supuesto que el cabo me mantuvo apostado hasta las 7 de
la mañana, yo notaba que había algo de bronca conmigo porque los
suboficiales pensaban que yo la pasaba bien siendo electricista.
Galtieri era bonachón al menos conmigo, siempre me trataba de la mejor
manera o al menos eso me parecía.)))
Tocaron
el timbre y bajó mi madre, mi casa era de planta alta de esas que se
hicieron en la década del 50 con escalera dividida y puerta “cancel”,
la puerta del frente era de hierro trabajado y totalmente vidriada,
abajo un hombre con piloto gris oscuro y sombrero esperaba con una
bolsa de papel madera en la mano, mi madre abrió el vidrio y el hombre
preguntó si ahí vivía yo pero era obvio que conocía perfectamente que
allí vivía yo, luego de algunas breves palabras le dio la bolsa a mi
madre la saludó con un dejo de devoción y se retiró tan fugazmente como
había llegado en un peugeot 404 celeste clarito que esperaba sobre
Urquiza en doble fila y en marcha. Mi madre enseguida revisó la bolsa y
subió a preguntarme de que se trataba todo esto topándose conmigo que
espiaba desde la puerta cancel.
1974:
“Compañeros, con este agradecimiento quiero hacer llegar a todo el
pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para
reconstruir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que
mías son del pueblo Argentino, las defenderemos hasta el ultimo
aliento.
Para
finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la
felicidad que merecen. Les agradezco profundamente el que se hayan
llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la
más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo
argentino"… Habían
transcurridos largos años y finalmente con el Ale logramos poner una
especie de tarima entre dos gruesas ramas del tercer ombú y allí
estábamos cuando aparecieron dos de la barra de Crespo y Salta y
empezaron a patotearnos, ellos abajo y nosotros arriba, el Ale como era
ya su costumbre los insultaba mientras tanto yo medía a uno de los dos
que evidentemente era mucho mas grande que nosotros de edad y de
físico, yo me caractericé siempre por ser el estratega y el Ale hacía
las veces del grupo de tarea, o sea él era el que iba al frente aunque
luego cobrábamos los dos o todos según la situación.
[[[
Cierto fin de año luego del brindis salimos con la barra a tirar
petardos, cuetes como solíamos decir, estábamos todos algo borrachos
porque a pesar que ninguno tomaba alcohol el ananá fizz o la sidra era
obligatoria, entonces el flaco Marquez había comprado unos triangulitos
“poderosos” y en la esquina de Cafferatta y Urquiza estaba él
revoleando uno encendido así como para tirarlo lejos cuando le estalló
justo antes de tirarlo y le cortó de cuajo la falange del dedo índice,
y otra vez al Centenario. Nosotros seguimos con el Ale y el Obeso y
“atacamos” la escuela “Pedro Goyena” (la escuela donde casi todos
habíamos asistido) le hicimos una suerte de bomba con petardos anudados
en el candado que cerraba la puerta de acceso, lo encendimos y corrimos
bien lejos, el candado se destrozó pero nosotros decidimos seguir la
"diversión" en otro sitio entonces nos fuimos por Tucumán hasta Crespo
y de ahí por el pasaje sin salida que daba a la pileta del club
Estudiantil (Los Rosarinos Estudiantil), saltó primero el Ale, luego yo
pero el Obeso no podía subir entonces con el Ale le tiramos los
andariveles de madera que se usaban para dividir las calles para las
carreras de natación, tal vez el alcohol o la imprudencia hizo que
obviáramos el ruido que estábamos haciendo y seguramente algún vecino
nos vió y llamó a la policía que estaba justamente solo a dos cuadras
de allí, nos sacamos los pantalones y las remeras y nos tiramos a la
pileta, el Obeso y yo con cuidado y en silencio pero al Ale parecía que
ya nada le importaba y se tiraba de cabeza, de bomba, como si fueran
las dos de la tarde. La sirena del comando empezó a sonar primero algo
débil, luego claramente, entonces dije “nos denunciaron” y al instante
se acalló la sirena al mismo momento que empezó a destellar la luz roja
en la pared de una casa de alto que estaba sobre el pasaje, tomamos la
ropa y el calzado y salimos corriendo, saltamos el tapial que daba al
fondo de la casa de Blasito, gracias a Dios el viejo peluquero ya no
cortaba los yuyos y había cafetos silvestres por todo el terreno, de
cualquier forma el Ale me dice quedémonos acá contra el tapial porque
seguro nos buscarán allá lejos entre los yuyos, y así fue, escuché esa
voz característica de los milicos “acá están las huellas…” (por las
pisadas mojadas) entonces miré hacia el borde del tapial y vi una
linterna y una pistola que pasaban a tan solo dos metros de mi cabeza,
iluminaban más allá entre los yuyos, yo tenía al Obeso sobre mi pierna
y sobre el Obeso el Ale, así que el peso de ambos me hacía acalambrar,
resistí como pude hasta que volví a oír esa voz diciendo “se terminó el
operativo, vamos que ya se fueron...”, se habían dado cuenta que éramos
solo jóvenes borrachos buscando algo de diversión, de cualquier manera
nosotros nos quedamos allí “acobachados” casi hasta las 6 de la mañana,
yo ya no sentía la pierna y el Obeso me dice “dale salí vos primero que
sos el ideólogo y el capitán” dándome “aire” para que yo arriesgue el
pellejo, entonces salí y pensé “la puta madre los canas deben hacer dos
horas que se fueron”, nos vestimos y corrimos como nunca, esa
escalerita que se formaba con el techo de lo que sería el cuarto de
filtros y bomba la saltamos como los mejores atletas. Pero éramos duros
de escarmentar y nos fuimos hasta Urquiza esquina Iriondo donde había
uno de esos carritos mitad de chapa y mitad de tejido (del tipo
artístico y a cuadros, el que se usa en los perímetros de las piletas
de natación), entonces el Ale con una rama de un “plátano” (árbol que
nada tiene que ver con los bananos pero así le llamamos en Rosario) fue
abriendo uno de esos cuadros y otro y otro hasta hacer lugar y nos
robamos una sandía, así como para desayunar…]]]
El
Ale era malísimo y el flaco demasiado grande como para arrugar,
entonces empezó a subir al ombú y nosotros también, nos íbamos cada vez
más arriba sabiendo que no llegaríamos demasiado lejos porque
simplemente el ombú se terminaba, cuando decididamente el flaco nos
alcanzó el Ale se tomó con los dos brazos de la última rama y se dio un
buen impulso utilizándola de trapecio y con las dos piernas para
adelante le pegó terrible patada en el pecho al grandote, lo vi cayendo
y golpeándose rama por rama hasta el suelo, su amigo lo quería atender
y por momentos se olvidó de nosotros lo que nos dio tiempo para bajar y
escaparnos…decidimos dividirnos, el “accidente” había sido grave así
que fui a lo del croto a refugiarme. Subí al vagón, entré y no había
nadie, estaba todo casi vacío, ni el fogón encendido, ni siquiera el
viejo colchón, ni trapos, nada, solo alguna botella de vino Copiapó
vacía y dos bolsos que jamás había visto, me aproximé y abrí uno (era
evidente que esos bolsos no debían pertenecer al croto) en su interior
había dinero, muchísimo dinero…escuché apenas y giré, estaba el croto
parado en la puerta del vagón con las dos manos empuñando una pistola
45, apuntándome directamente a la cabeza, pude ver en sus pequeños ojos
rojizos las venas llenas de sangre…Perón se estaba despidiendo de todos
los Argentinos, moriría el 1º de julio de 1974.
Las cosas no son como uno piensa, jamás lo son…
1978,
el suboficial mayor retirado me envió a reunirme con el mayor Bonino,
éste era un tipo más bien decorativo en el “Comando del segundo cuerpo
de ejército”, al menos eso pensaba yo, le decíamos “aspirina” porque no
hacía ni bien ni mal, era gentil y tenía siempre una sonrisa que
delataba bondad o estupidez, yo tenía contacto con casi todos los
oficiales y suboficiales del comando porque como era electricista
muchas veces concurría a sus domicilios particulares a hacer algunos
arreglos y así me fui ganando la confianza de muchos y conociéndolos un
poco más en el aspecto mas bien personal, humano o civil, me cuesta
definir esta característica en los militares ya que siempre pensé que
no era una actividad diseñada para gente totalmente cuerda, no era
normal seguir la carrera militar así como tampoco lo era estudiar para
cura.
Fui
con el viejito Serravalle, un personal civil que hacía mil años
trabajaba como electricista del comando y llegamos a ser bastantes
compinches, con el viejo solíamos hacer comisiones a distintos lugares
como ser la quinta del comandante o al departamento del segundo
comandante, yo mismo había reparado una alarma que alertaba de algún
supuesto ataque al piso inferior que había sido transformado en una
base de operaciones y dormitorio de la fuerza especial que era la que
hacía precisamente los operativos y además brindaba seguridad, la
custodia estaba formada por personal de gendarmería para evitar de
alguna forma infiltraciones o simplemente para dividir las fuerzas.
Nosotros, con el viejito aprovechábamos la oportunidad de estar
“afuera” y sabíamos ir a un barcito, tipo bodegón, que estaba situado
en Rioja esquina Balcarce a tomarnos unos moscatos, luego seguíamos con
nuestras comisiones…El viejo, un tiempo antes de que yo ingresara como
soldado al comando del segundo cuerpo de ejército, había estado
internado por delirium tremens y siempre me contaba lo cierto que era
ver bichos gigantescos por las paredes cuando uno sufría esta
enfermedad producida por el alcoholismo, de cualquier forma se
controlaba y solo al segundo moscato se le ponía la punta de la nariz y
los “cachetes” colorados.
El
mayor Bonino nos llevó al segundo piso, al dormitorio del segundo
comandante quien en ese momento era el General Jáuregui, un militar
sumamente recto cuyo hijo también era militar y había cumplido tareas
en la provincia de Tucumán en los años donde los Montoneros se habían
hecho fuertes allí. Se detuvo inmediatamente en la puerta y giró y nos
miró directamente a los ojos, cambió radicalmente su actitud, su rostro
se transfiguró en adusto, recto, y la imbecilidad había desaparecido,
nos dijo: esto es muy importante desde aquí se “maneja” la guerra con
Chile, ustedes dos no tienen más ojos, oídos ni bocas, solo deben
cambiar las luces quemadas que iluminan los mapas de la frontera y
cuando terminen se marchan.
1978,
provincia de Salta, paso Socompa, frontera con Chile: el atardecer debe
haber sido espectacular, el sol poniéndose detrás de las montañas y a
lo lejos una polvareda y el ruido de las orugas trepando, un Unimog al
frente con una gran bandera de guerra celesta y blanca y el sol
imponente en el centro, la brigada motorizada y la unidad de blindados
formaban una fila interminable en el paisaje, el viento los llevaba
hacia Chile.
Lo
miré a los ojos, no había miedo en mi mirada, ni súplica ni perdón,
después de todos estos años habíamos llegado a un entendimiento casi
único, yo lo escuchaba como escuchaba a la voz de mi conciencia y sus
entrecortadas disertaciones hacían mella y florecían en mi cerebro,
había llegado a comprenderlo y sabía que su historia ocultaba esa parte
tenebrosa que muchos llevamos adentro, secuestros, extorsiones y
asesinatos, hacía muchos años que había pasado a la clandestinidad y su
unión con la sociedad era mi propio ser, él comulgaba cada noche
pidiendo por mi lealtad y yo le era fiel, había aprendido a respetarlo
en su cosmovisión del país que él deseaba.
Bajó
el arma y se la llevó a la cintura por la espalda y me dijo “ayúdame
con esto” tomamos un bolso cada uno y lo llevamos debajo del vagón,
había un pozo profundo de no más de 60 centímetros de diámetro,
revestido de madera dura de quebracho igual que el fondo, metimos los
bolsos y luego le pusimos un nylon y una tapa de madera arriba de la
misma tierra y luego piedra caliza y granito terminaban por camuflarlo
a la perfección. No pregunté, no dije absolutamente nada, subimos y el
croto me dijo: no tienes ojos, ni oído ni boca alguna, algún día todo
esto será tuyo…
Mi
madre mientras subía la escalera hasta la cancel sacó de la bolsa de
papel madera un pequeño papel, tenía pegado levemente una estampilla de
20 pesos color verde con la cara de Eva Perón, yo le dije “uhhh la
estampilla que me faltaba”, entonces mi madre extendió su mano y posó
“ese” tesoro en mis manos, subí corriendo y fui hasta la lámpara con
lupa que tenía en mi pieza, retiré la estampilla del papel y la
examiné, tenía un filigrana en gota de agua muy particular, el mapa de
los bolsos enterrados atrás de Minetti. Fui hasta el comedor, miré a
través de la persiana americana, la lluvia caía sin remedio, lloré por
él, sabía que se estaba despidiendo.
1978,
no había nada más triste que la mirada sin brillo de los “extremistas”
que llevaban a declarar, yo estaba de guardia y el oficial me llevó
hasta el primer piso de la parte vieja del comando, era una vieja
mansión con oficinas en la planta baja, en el centro un amplio patio,
en el primer piso estaban las repetidas oficinas de la planta baja y
una pasarela todo alrededor, con una baranda de hierro forjado y
artístico que terminaba en un pasamanos de madera, me aposté en el lado
oeste donde estaba la conexión entre la parte vieja y la parte nueva,
arriba, en el techo una claraboya de vidrios trabajados adornaba y le
daba luz a todo el patio interior, la orden fue custodiar un detenido,
la visera para atrás, el fal a la cazadora en automático, en frente el
detenido, en la baranda este, esposado por detrás, lo miré fijamente,
nos separaban escasos seis metros, sus pequeños ojos rojizos me
miraron, no había en ellos miedo alguno ni clemencia…”si se mueve
dispare a matar”, la orden martillaba mi cerebro, mi dedo en la cola
del disparador, temblaba sin temblar, estaba rígido, el croto bajó la
cabeza, apoyó su mentón contra la parte alta de su pecho y gritó
“cumple”…se movió, corrió o quiso correr, seis proyectiles por segundo
me habían dicho, el fuego salió por la boca del fal, dos ráfagas fueron
suficientes, su cuerpo se estrelló contra la pared, yo maldije, vi
saltar el reboque, sangre y ladrillos, los oficiales en las oficinas se
tiraron de cabeza al suelo, los proyectiles rompieron los vidrios de
las puertas, atravesaron carne, se llevaron los huesos, su cuerpo se
mantuvo en el aire y luego cayó casi en forma fetal a la pasarela, el
croto había muerto. 2010, “atrás de minetti” se transformó en el parque Scalabrini Ortiz, al fondo un shopping, luego torres de departamentos, más allá el río ancho interminable, aún quedan algunas vías, los silos y la fábrica…los talleres ferroviarios, el depósito de viejos vagones ha desaparecido, solo queda un ombú de aquellos que me acompañaron durante tantos años, volviendo hacia la avenida Alberdi el barrio inglés sobrevive. Algunos viejos Montoneros llegaron al poder, sigue la pelea con los monopolios y la justicia trata de localizar y devolver a hijos de desaparecidos apropiados ilegítimamente. Pasaron muchos años y el tiempo me marcó la piel y se instaló en mi alma, sereno. El viento sopla fuerte, siento el goteo ahora permanente, algún ladrillo que se vuelca al no poder ya sostener el nylon sobre el techo, busco el viejo sobretodo, la ropa más derruida que el “croto” me dejó de herencia, ya es hora, esta noche empezaré a cavar, 17 millones de dólares me esperan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario