Los últimos seis - Demencia
La habitación de siempre, los colores de siempre y las persianas americanas de siempre. Un florero con “yerberas” detrás del vidrio, entre el vidrio y el mosquitero, así dijo que se llamaban una mujer sentada en aquel rincón. Miguel estaba en ese rincón y gritaba: “enfermera, enfermera…”, flaco, alto, casi piel y huesos, ¿qué enfermedad podría tener para que le pongan una cartulina color anaranjado?; el naranja jamás me “convenció”, sobre todo este naranja opaco que me hacía rememorar aquellos años de escuela primaria y me veía en el comedor de la casa paterna de noche haciendo la tarea y mi madre mirando el televisor y el “dumont” allá en el extremo norte donde ahora hay una pequeña biblioteca, la viejísima plasticola y recortes de vaya uno a saber de qué y para qué, tal vez todo eso sirvió de algo, algo quedó atesorado en mi para que yo ahora lo recuerde tan vivo, tan exacto y tan lejano. ¿Cuantas veces había yo estado aquí?, tal vez dos o tres habitaciones mas allá, hacia el oeste, en otra sala, en otra silla, con otra gente, pero el pensamiento seguro había sido similar a este y a otros, tenía tiempo, todo el tiempo del mundo para recordar que había compartido tanto tiempo con mucha gente y casi todos habían pasado por aquí o un poco mas allá, el edificio era imperturbable, los enfermeros seguían en su mismo lugar y a pesar que todos eran otros seguían en la enfermería tomando mates desde el principio del tiempo, y todos se quejaban y todos decían de tal o cual que parecía ser el único que se movía como si hacer su trabajo era parte de un premio específico, al menos el de estar en boca de todos los del sector: eso era un honor, entonces uno pensaba ojalá que me toque ese del que todos hablan y uno al fin de cuentas no sabía bien de quien estaban todos hablando, se olía a Jesús y también a cloro, el comentario mas fuerte luego del enfermero “super-móvil” era que anoche había fallecido el de la habitación contigua, uno de los seis de al lado, que había entrado grave, que los familiares se acababan de ir y que alguien llamó al enfermero y por supuesto aquel tardó en llegar, él no tuvo la suerte de que le tocara ese del que todos hablaban, el que cumplía con su trabajo. Estaba mirando unos rieles blancos muy blancos, supe o supuse y alguna vez lo comprobé que allí colgarían unas cortinas a especie de biombos, el 201 1 me decía ¿qué era eso? Y enseguida me dijo de los perros, _ Uh ahí vienen más, otro mas y se cruzan la calle, ahí lo pisó el camión, ahí se escapan todos…ahí vuelven. Uh que lío se va a armar. Le abrieron la boquilla al camión…
Noticias, todo eran noticias, años mirando el noticiero y la sangre bajaba del “sachet” por un conducto hasta la vena, aquí todo estaba etiquetado, aquel tenía el cartel naranja y este decía O +, ¿sería su grupo y factor?, la duda podía ser tan trágica como si entrara aire en lugar de sangre y el delirio hospitalario era el noticiero del mediodía y de la tarde y de la noche. Lo importante era, en este momento, devolver la unidad y quien podía hacerlo, sin tatuajes, sin haber sufrido hepatitis, ¿quien podía cumplir estos requisitos?, ¿qué alma era aún virgen de marcas?, seguramente muchos tenían la mala suerte de haber sido sanos y no ser alcanzados por la realidad de cada día y así llegar a ser donantes. Al lado Domingo, podía leerse claramente en su muñequera blanca escrito con birome trazo grueso, estaba solo, nadie lo cuidaba, habían tenido que derribar la puerta para sacarlo de su casa, hacía días y días que no se alimentaba, un vecino tuvo esa duda que le salvaría la vida y a la vez perdería la casa a manos de otro y la jubilación, hablaba de dólares y de 4 jubilaciones ya cobradas y nadie le daba de comer, entones se levantó Clemencia, así se llamaba justamente, y le dijo “abuelo quiere que le de el te con leche?” y cuando movió la mesita con ruedas, de esas que nunca andan bien, se trabó y la taza de te se volcó y fue a dar de lleno a la zona genital del abuelo Domingo. “Abuelo se quemó?” dijo Clemencia y yo pensaba en un viejo chiste de “¡no si le va a faltar azúcar!”, ahí nació el seudónimo de “Demencia” del cual jamás podría ya desprenderse.
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