fluyen las ondas no reconocidas,
sobre_espejo, tiemblas de frío.
Es la hora,
siempre es la misma...
Reconocida o no te siento cerca,
tierna para mis ojos e inaudible para mis oídos.
Son ellos los que me engañan:
mis pobres sentidos,
el gusto amargo en la boca,
el olor de una palabra nueva nunca dicha:
tiempo y letras que se enhebran como cuencas de naftalinas.
¿Cuantas veces empieza la desdicha de una noche sin caricias?
Parpadea el fuego alto en el cielo
festejando la calidez de los enamorados que aún juegan a atrapar la luna...
Suerte de aquellos que te poseen entre tantos papeles.
A mi solo me pasan cosas razonables
como si fuese una botella sin mensajes,
lejos del mar y sin secretos
sola sobre la mesa vacía.
A esa misma hora el gato me mira quieto
con esa pose acartonada de los percheros
que con sus paragüas colgando
le dicen no a la lluvia que tanto amamos.
y allí, por debajo, casi subconscientes
un par de zapatos rojos inmóviles caminan
a la velocidad de los latidos.
A la misma hora,
cuando se apaga la sombra del mismísimo candelabro,
la noche se marcha despacio, tranquila,
el amor se pierde entre esos humos y olores ocres,
al borde, sincronizada,
doy vuelta la hoja
y comienza la otra realidad
de la vida misma.
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