Fue
suficiente, una voz conocida más allá de los papeles que venía desde la
distancia, ese espacio no medido, sin sentido, ese que viene retumbando en las
paredes de lo imposible. Desenterrada la voz como un sonido muerto viviente:
del mas allá. Sin embargo fue una aurora, un sueño que venía a ser cierto, yo
la quería cerca, al lado, recostada en el césped un día de verano, cerca del
río verde y marrón donde tantas veces había estado o simplemente caminando por
la costanera con sus zapatos rojos y tacones. Me propuse volver, dejar de
releerme y volver, ella lo había pedido con esa vocecita tan suave, al oído y
para que no la oigan, ella había pedido por favor superando todas las barreras
físicas de tiempo y distancia y fórmulas tan naturales como nuestros cuerpos
terrenales, como si su vocecita fuese la vibración de cuatro alas transparentes
y celestiales entrando por los ojos mas que por el común del sistema y una vez
instalada en las paredes grises/rosadas bajara a la velocidad de la luz hasta
el órgano del amor haciéndolo latir mas fuerte. Ella había vuelto, estaba otra
vez esperando que la encuentre y yo tal vez no la merecía o tal vez la había
merecido siempre como el sol que me regalaba una vez más su sombra.
El camino
había sido el de siempre una acuarela celeste rodeada de flores y cabellos
color chocolate, curvas de cintura fresca y tenues labios de frutillas rojas
apenas pálidas como cerámicas adornando la imaginación.
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