La morada del viejo alarcón era así nomás de vieja, los tirantes de pinotea,
 las alfajías y ladrillos y mas arriba las chapas derruídas, las paredes
 despintadas y las aberturas de antaño haciendo juego. En verano el sol 
calentaba tanto que podría cocinarse uno a fuego lento sin siquiera que 
los vecinos sospechen absolutamente nada. En invierno las arañas tejían 
su nido con tramas, nudos y agonías, en un cumpleaños cualquiera el que 
se sentaba a mi izquierda decidió dejarse el sombrero puesto porque una 
gotera ubicada justamente arriba suyo le propiciaba la fría humedad del agua de lluvia que con un sonido permanente y perpetuo taladraba el cerebro de todo el grupo. El viejo no tenía sentido, su pelo era gris y su ropa desalineada,
 su mirada profundamente perdida en la infelicidad del tiempo 
transcurrido respiraba con ese olor característico del ácido u orina. 
Había pintado el tapial del frente con un color rosa similar a la casa 
rosada y al palacio de la intendencia de la ciudad cosmopolita y sin 
embargo paredes adentro él era un hermitaño anarquista por 
desconocimiento convencido. Afuera era la vida, el tiempo transcurría 
tan lineal como así lo designaran todos los humanos que se atropellaban 
en torbellinos anónimos en las galerías de las calles peatonales
 del centro, aunque los mismos supieran que el amor era un arte que iba 
mucho mas allá del tiempo y la distancia y que muchos habían perdido 
esperando infructuosamente el vehículo que los llevase de vuelta al 
vientre materno. El viejo Alarcón guardaba con mucho celo un puñado de 
arena en su alma, él sabía que ella lo amaba y que mas tarde o mas 
temprano iluminaría las sombras de una soledad casi elegida. Él la amaba
 con el amor de los murciélagos ciegos revoloteando en la oscuridad de 
los armarios, o con la tenacidad de esas lombrices como víboras ágiles 
rastreras que por debajo de la mesa devoraban las migas de una novela de
 película repetida mas de cien veces en el cable. La cama durante las 
cuatro estaciones estaba simplemente siempre fría, no humana, de otro 
lado y de otra vida, aunque en verano todo fuese un infierno bajo las 
chapas y en invierno el frío penetrase hasta el esqueleto duro sin 
caricias, el viejo aún creía en el amor, y para eso alguna vez tuvo que 
detener el tiempo en su morada congelando así hasta su propia identidad.
 
aquí encontrarán poesía post modernista a veces llamada urbana (por mis lectores) y cuando se puede poesía técnica y de artistas conocidos.
miércoles, 10 de septiembre de 2014
miércoles, 3 de septiembre de 2014
El retorno a la imaginación
Fue
suficiente, una voz conocida más allá de los papeles que venía desde la
distancia, ese espacio no medido, sin sentido, ese que viene retumbando en las
paredes de lo imposible. Desenterrada la voz como un sonido muerto viviente:
del mas allá. Sin embargo fue una aurora, un sueño que venía a ser cierto, yo
la quería cerca, al lado, recostada en el césped un día de verano, cerca del
río verde y marrón donde tantas veces había estado o simplemente caminando por
la costanera con sus zapatos rojos y tacones. Me propuse volver, dejar de
releerme y volver, ella lo había pedido con esa vocecita tan suave, al oído y
para que no la oigan, ella había pedido por favor superando todas las barreras
físicas de tiempo y distancia y fórmulas tan naturales como nuestros cuerpos
terrenales, como si su vocecita fuese la vibración de cuatro alas transparentes
y celestiales entrando por los ojos mas que por el común del sistema y una vez
instalada en las paredes grises/rosadas bajara a la velocidad de la luz hasta
el órgano del amor haciéndolo latir mas fuerte. Ella había vuelto, estaba otra
vez esperando que la encuentre y yo tal vez no la merecía o tal vez la había
merecido siempre como el sol que me regalaba una vez más su sombra. 
El camino
había sido el de siempre una acuarela celeste rodeada de flores y cabellos
color chocolate, curvas de cintura fresca y tenues labios de frutillas rojas
apenas pálidas como cerámicas adornando la imaginación.
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