Aquí está el cielo y el mar,
aquí tan cerca como me lo dicen mis ojos.
Realidad, irrealidad cotidiana,
línea transparente entre azul y celeste que nos divide.
Y aquí están las piedras al azar
que se duermen eternas, bañadas de musgo y olvido.
Piedras... al atar
así nunca serán estación,
ni siquiera un buen puerto ni nada,
solo piedras, piedras mojadas...
sin renglón y sin futuro.
Tu venías de los trenes
con un pasaje de exilio hacia la mente
con tu bolso de mano y un lapiz plomo:
tenías mi rostro entre tus labios,
mi corazón y mi alma al descubierto divagando
y yo por los pasillos con la lluvia cayendo a mares.
A veces odio volver y revolver
y recorrer tantos y tantos pensamientos como vitrinas
tengo tu voz y ¿tú qué tienes?
Solo algunas palabras desmarañadas en el recuerdo,
solo mi voz de acuarela desteñida
y mi boca sin besos,
mi cuello, mi cuerpo pero no mis huesos
y tu me dices "yo te quiero"
y yo te quiero,
matemáticamente igual
como se quieren los insectos
formando palabras enamoradas.
Tengo tu espalda disipada en la bruma de la mañana
y un helicóptero de sueños que se pierden
girando y girando como una araña colgando del cielorraso
como si en lugar de cuatro brazos tuviese cuatro alas...
Y allá van los barcos que naufragan sin palabras,
sacados de contexto del cajón de la mesita de luz desvencijada
en este mar encrespado de versos mudos e imágenes gastadas.
No, tu no eres, no nace el amor,
simplemente pasas y te pierdes como tantas
desde el andén al agua
a la deriva.
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