Nadie lo supo
ni
siquiera lo imaginaron,
algunos
sometidos a la ignorancia
simplemente la
olvidaron.
Nadie
volvió a aquella playa
ni
a los mares, ni a las olas
aquellas
simples piedras negras
como
oxidadas perlas
callaron
para siempre
así,
sin
quererla.
Fue
en abril, o tal vez mas adelante
quien
lo sabe,
¿quien
puede saberlo?
si
el azul fue tan ruin
que
a todos quiso engañarnos
escapando
para siempre
hasta
después de muerta.
Dicen,
los que saben,
los
eruditos de las letras,
que
aquella tarde
un
30 de abril o más allá
se
llevó todos los sueños y papeles,
los
muros, los tranvías, los colores y los trenes
las
luces, los higos por las tardes,
el
naranja y el violeta:
la
madreselva de su vientre.
Todo,
o
casi todo,
el
fuego, el aire... el aroma de nuestra tierra.
el
aire caliente de mi garganta,
el
humo verde de mis ojos,
un
esqueleto muerto de mis propias frases
como
ecos de su inexistencia
las
huellas de tamaño desastre
en
mis oídos,
aún
resuenan
dejando
la nada.
Ya
sin todo
sin
voz,
sin
rostro...
Solo.
Hoy,
Pero, ¿quien puede
saberlo?,
si
el sueño es como ese niño muerto
del
que hablaba Benedetti
o
el sueño del otro
en
las ruinas circulares,
si
la madreselva crece
aún
en otros vientres
si
el azul de la noche avanza
sobre
otras playas
y
otras piedras y otras perlas
y
subsisten las batallas sin librarse
tal
vez al oeste de la isla de Redonda
o
al norte en el imperio
o
en el campo verde con jazmines y trigales.
Oxidado
y ciego,
ya
viejo
¿Puedo
yo soñarla en la ceguera?
si
ella quisiera,
si
ella
aún,
al menos, todavía
quisiera
aparecerse
como
un fantasma,
clandestina,
inanimada,
como
un secreto por la tarde,
o
ya de madrugada
bajo
los efectos del moscato
o
del insomnio alto en el alba,
o
en el sonido tenue del agua
cayendo
sobre las plantas
resbalando
por helechos y canaletas,
en
el frío del otoño que avanza
y
amenaza con toda su tristeza
o
en las sombras grises de la gente,
en
el paso cansino
del
linyera y sus miserias
en
el décimo noveno escalón de la tierra.
Si
yo tuviera un "Aleph"
si
este universo mágico me lo diera,
y
por el mismísimo hoyo
donde
yo mismo olvidé una vez mi existencia
en
esta vida o en donde sea
si
yo aún la
reconociera...
Ajustadamente
con
la precisión del reloj de arena
o
el del corazón, o el de la razón,
o
el del reloj sobre el mantel de la mesa
imaginando
su cara entre las rosas
y
las hojas verdes resucitadas
del
fondo mustio
en
su segunda versión.
Si
yo un día aún la viera...
no
tendría palabras
ni
siquiera una queja,
un
cariño, una lágrima.
Si
yo estoy vivo
y
ella simplemente muerta
¿como
puedo yo?
si
de tanto olvidarla
y
en el azul de su propia muerte
aún
puedo quererla.
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