Cuando tú vuelvas
encontrarás la casa en su último orden,
todos los que no se encuentran
seguirán allí,
inencontrados
cada uno con sus zapatos marrones,
sus lenguas y sus manos diestras y siniestras
con la misma melodía y sus mismas siempre máscaras,
estarán allí,
acomodándose a la silla con los ojos hinchados
mirando simplemente por una ventanilla
una naturaleza deformadamente amable.
Tu vuelves y todo vuelve,
contigo retorna en el beso la oxitocina segregada,
esa otra tan pequeña pantalla que engaña y hace querer al otro,
hasta a ti misma.
Estas historias nuevas,
nuestras,
perdidas antes de nacer,
condenadas,
condenadamente repetidas…
¿Cuando fue que perdimos por última vez el tiempo?,
¿soñamos?,
¿Cuánto hace que no dormimos juntos en camas separadas por la distancia?,
¿cuánto que cabalgamos errores
por el solo hecho de no decirnos una sola palabra?
Si, tú vuelves,
siempre vuelves a la cama de los recuerdos y sábanas puestas,
diligentemente puestas,
sin más preguntas ni secretos ni odios ni contradicciones,
¿Por qué deberíamos odiarnos?,
¿acaso alguna vez nos amamos tanto como para merecerlo?
No,
no merecimos ni irnos ni volver ni decirnos,
solo fuimos unos y otros un camino,
el mismo,
tierra siena y ojos de colores,
cabellos suaves y tiernos y fotos,
dulces e imaginarias fotos
y distintos besos, besos, besos....
y tu vestido de renglones,
subiéndote la falda para que tus piernas sean libres y corran
y descubran tu alma aventurera,
tus maravillosas ilusiones,
tu espacio, tu aire, tu silencio…
los ladrillos de tu vida,
atracción de tu belleza que resuena en el otro,
tu imagen inversa en mis pupilas contaminadas,
expresión enferma de ambos,
olvidada por ambos,
oxidadamente muerta e innecesariamente rutina.
Ahora tu regresas,
cuando tu vuelvas
y yo me olvide de todo esto
y a curarme
ya me haya ido.